Advertencia

Este blog contiene lenguaje e ideas que pueden ser ofensivas a ciertas personas. Si no quieren leer groserías, comentarios hirientes o sarcásticos, NO SIGAN LEYENDO ESTE FUCKING BLOG!!! porque este blog está basado en la realidad desde mi punto de vista, y yo no veo las cosas color de rosa. Valga decir que los vituperios serán tomados como halagos, así que no gasten sus energías en tratar de herirme u ofenderme, porque no lo lograrán.

A los posibles plagiadores:

El plagio es la cosa que más deshonra a un escritor, amateur o profesional. La sensación del plagiado es de gran rabia, y la del plagiador cuando se dá cuenta de lo que hace es peor aún. ¡No se degraden! ¡No plagien material! ¡Respeten la creación ajena, que es fruto personal de cada escritor! Por favor, si desean usar una parte (o todo) del material que aparece en este blog, háganlo con libertad, pero den el crédito a los correspondientes autores. Yo hago lo mismo.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Cantares

Yo siempre he estado en contra de seguir ciegamente a nadie, siempre he sido un "espíritu independiente" como suelo decir. Y siendo un amante de la buena música como lo soy, siempre he disfrutado del arte de Joan Manuel Serrat.

Los que compartan conmigo ese gusto, seguramente conocerán "Cantares", la canción más hermosa de estos tiempos, desde mi punto de vista. Es hermosa por la música, pero sobre todo por su contenido. Yo creo que todo aquel que haya nacido en un país hispanoparlante y sepa un poco de buena música, conoce estos versos:

Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,
pasar haciendo caminos,
caminos sobre la mar.

Nunca perseguí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres mi canción;

yo amo los mundos sutiles,
ingrávidos y gentiles,
como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse
de sol y grana, volar
bajo el cielo azul, temblar
súbitamente y quebrarse...

Nunca perseguí la gloria.

Caminante, son tus huellas
el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

Al andar se hace camino
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.

Caminante no hay camino
sino estelas en la mar...
Hace algún tiempo en ese lugar
donde hoy los bosques se visten de espinos
se oyó la voz de un poeta gritar:
«Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...»
golpe a golpe, verso a verso...

Murió el poeta lejos del hogar.
Le cubre el polvo de un país vecino.
Al alejarse le vieron llorar.
«Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...»
golpe a golpe, verso a verso...

Cuando el jilguero no puede cantar,
cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
«Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...»
golpe a golpe, verso a verso.

La letra habla por sí misma. Los que no hayan escuchado el tema, quedan cordialmente invitados a hacerlo aquí (con una bonita colaboración de Joaquín Sabina, de la gira Dos Pájaros de un Tiro):



Sólo me queda decir esto: "Caminante, no hay camino, se hace camino al andar!"

martes, 4 de noviembre de 2008

Diario de un vampiro

Mortales, ¡ja! Creen que lo saben todo, se suponen omnipotentes, pero al más mínimo signo de peligro, se esconden como ratas. Son débiles y temerosos, temen a todo lo que no entienden, y lo que entienden es tan poco… se aferran tanto a su percepción que no ven la realidad de este mundo, no son capaces de ver a través del velo de los sentidos, son ciegos que creen ver. Al tratar con ellos, los compadezco; siempre están enfrascados en sus insignificantes problemas, sin darse cuenta de las verdaderas fuerzas que actúan sobre ellos. Si llegaran a enterarse del control que los vástagos tenemos sobre el ganado, lo más probable es que se esconderían en un sótano, desde el que usarían armas cobardes sobre nosotros. Confían tanto en sus ciencias y descuidan tan estúpidamente lo demás que creen que pueden controlarlo todo con sólo presionar un botón; no se dan cuenta que una persona con las manos mutiladas no puede manipular ninguna consola. ¡Y es risible lo rápido que se lastiman! Un humano relativamente sano pasa de vivo a muerto con la facilidad con la que un hielo se convierte en agua. Basta un garrotazo bien dado para dejarlos fuera de combate. Y son tan fáciles de convencer… todavía creen que Hitler está muerto, creen que el hombre llegó a la luna, creen que la muerte es inevitable, creen que los vástagos no existimos… ¡incluso creyeron que todo este tiempo ellos dominaban su destino!
Pero, sin embargo, son seres felices, más felices que nosotros. Pueden disfrutar de la cálida luz del sol, pueden amar, pueden comer, pueden vivir una vida tranquila, todo lo que no podemos hacer nosotros. La verdad es que a veces los envidio.

El Cantar del Peregrino (parte I)

Una noche de otoño, bajo un despejado cielo azabache salpicado de brillantes estrellas, caminaba el Peregrino. Sin un rumbo fijo, iba a donde lo llevaran los vientos. Como el mar, era libre e indómito; y como el mar también, podía ser calmo y sereno, como violento y tempestuoso. Esa noche en particular, el Peregrino estaba triste, melancólico y pensativo, como un crepúsculo otoñal en el océano. Había visto tanto en su eterno peregrinaje, había aprendido tanto de tanta gente distinta que sentía que sabía más que cualquier mortal. Pero algo que no había conocido era el sentimiento profundo hacia otra persona; pues cual jirón de nube, nunca se quedaba en un solo sitio, y después de unos días de estadía en una aldea o ciudad, se marchaba de nuevo siguiendo a los vientos. De su infancia o su familia, ya casi no tenía recuerdos, ya que su caminar los había borrado poco a poco.

La edad había hecho su trabajo en él, al menos físicamente estaba bastante envejecido. Tenía los cabellos, la barba y las cejas de un color plomizo, mezcla del azabache de su juventud y el platinado de su senectud. Tenía el rostro surcado por cientos de arrugas y algunas cicatrices, producto de sus viajes. La estampa, antaño gallarda e imponente, había sido doblegada por el peso de los años, aunque el observador sagaz podía notar una sombra de la antigua esbeltez del anciano, que mostraba algo de formación militar. Los ojos eran el único lugar donde parecía que el tiempo no hizo bien su trabajo: El peregrino tenía un par de ojos marrones, que todavía conservaban la gracia de la niñez, la chispa de la juventud, la energía de la madurez, pero la profundidad y la melancolía de la vejez. Eran a la vez como cristalinos manantiales que reflejan el sol, y pozos profundos, llenos de recuerdos y memorias.

Era conocido por todo el reino como Aldor: el Peregrino, aunque nadie había escuchado jamás su nombre real. La gente no se fiaba de él, y cada vez que llegaba a un pueblo, se alzaban murmullos de desapruebo por parte de los aldeanos de más edad. Pero siempre fue amigo de la gente joven y de los niños; en las noches de invierno se sentaba frente a una hoguera y relataba historias de sus viajes a todo aquel que quisiera oírlas, y en los soleados y calurosos días de primavera cantaba alegres canciones a los chiquillos en las plazas, evocando bosques y praderas, conejos y cervatillos. Jamás tuvo problemas con los guardias reales, y jamás causó incordio alguno a nadie. A donde iba, preguntaba y preguntaba, sobre costumbres, sobre personas, sobre lugares, sobre anécdotas, sobre leyendas, y lo anotaba todo en un viejo libro de tapa escarlata usando una pluma de águila y tinta azul.

Corrían rumores sobre su edad: muchos decían que no había pasado de los sesenta, otros aseguraban que tenía ochenta y tantos, y los más exagerados decían que ya había pasado de los cien hacía cuatro años. Cuando le preguntaban acerca de tan escabroso tema, el respondía con cara de picardía – Tengo setecientos cuarenta y cinco, ¿Por qué lo preguntáis? – y reía con una risa jovial y alegre. Tal vez la razón por la que la gente mayor no simpatizaba demasiado con él era esa aparente juventud en medio de la senectud, esa chispa infantil que aún brillante en la vejez. En especial los ancianos veían a Aldor con malos ojos; creían que era nocivo llenar las cabezas de los niños con historias disparatadas sobre dragones y caballeros, sobre hadas y gnomos, sobre elfos y sílfides (al parecer éstas últimas eran las favoritas del Peregrino).

...to be continued...

Mala pata

El azar es caprichoso. La suerte es una fuerza ciega de la naturaleza. Cuando más la necesitas puede darte la espalda por completo; y también puede abandonarte sin motivo aparente. Lo más odioso que le puede pasar a alguien es una racha de mala suerte: esos periodos de tiempo en los que parece que hasta lo más simple parece salirnos mal. Lo irritante es que no son grandes desgracias, sino una serie de pequeñas estupideces diseñadas exclusivamente para ponerte histérico(a). Te pillas el dedo en un cajón, al salir de tu casa te das cuenta que tus llaves se quedaron adentro, te tropiezas en baches minúsculos, te llueve cuando estás lejos de tu casa y deja de llover cuando encuentras dónde cubrirte… en fin, todo eso te pone de un humor más negro que Mandela, y todo lo que te dicen empieza a sonar hostil. Y como no conoces la fuente de tus frustraciones, empiezas a ponerte cascarrabias con todo aquel que esté a tu alrededor. Y eso, obviamente, produce reacciones desagradables en los demás, lo que se acumula a todas las tensiones y enojos del día. En un cierto momento no aguantas más y explotas. Explotas como un encendedor arrojado al fuego. Explotas como la bomba de Hiroshima. Explotas tan violentamente que los que están cerca de ti lo sienten. Y empiezas a ver todos los errores de la gente, a criticarlos, a decir “ojalá pisen caca” (es el máximo mal que puedo desear a mis amigos) *gracias a M1ke por la idea* y cosas por el estilo. Al final del día te sientes tan deprimido, rabioso y antisocial que tu humor está por los subsuelos.

Ahora, es horrible que te pase eso, pero tiene una solución… bueno, varias soluciones. Estas soluciones son de mi propia cosecha, y las he probado todas y me han funcionado bastante bien.

La solución principal es la risa; cuando uno ríe el cuerpo libera sustancias tranquilizantes, la risa es una herramienta muy útil en estos casos. Si tienes una mala racha, ponte a ver una buena comedia y cágate de risa, verás como en unos minutos tu mal humor desaparece en el aire; siempre y cuando no te sigas autosugestionando, claro. “El que ríe al último, no entendió el chiste.”

Si la suerte te está molestando como un mosquito en la noche, trata de hacer yoga o algo por el estilo. No importa si no sabes, basta con sólo tratar. Al cabo de unos minutos estarás tan distraído tratando de hacer que tu pie izquierdo toque tu mejilla derecha, mientras que te rascas la oreja izquierda con tu pie derecho, que tu mal humor empezará a desaparecer. Namaste.

Si te gustan los videojuegos, puedes dedicar unas cuantas horas a pasar algún juego divertido y no muy complicado (o mejor: complicadísimo). Mientras más atrapante sea la historia del jueguito en cuestión, más rápido te olvidarás de tu mala leche. Aconsejo jugar GTA San Andreas, o Los Sims 2 para este tipo de emputes.

Una técnica muy buena para neutralizar los emputes acumulados es hacer sonidos extraños, gritos agudos o guturales desde una ventana o balcón hacia la calle, procurando que la gente que pasa te escuche, pero no te vea. Las expresiones de confusión que ponen los transeúntes a veces son dignas de fotografías, y la cosa se pone mejor cuando se asustan… hay algunas reacciones bastante interesantes.

Puedes ponerte a hacer bolitas de papel y luego tirárselas a la gente de la calle por medio de un tubito delgado. Es genial cuando tienes buena puntería y les puedes dar al ojo; tu rabia pasará a ellos, y tú verás lo jocoso que resulta.

En fin, pintar, tallar, dibujar, recortar, escribir, tocar algún instrumento, o al fin y al cabo ver un poco de tele te pueden hacer olvidar de tu enojo; pero al final los resultados no sirven de nada si tú te empeñas en acordarte de la razón (o razones) del engorilamiento. El punto de todo esto es que te olvides de tu “mala pata” y sigas adelante. A veces uno atrae la mala suerte hacia uno mismo psíquicamente: mientras más insistas sobre el asunto, más grande y pendejo se hará.